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*Obra de portada: Organic Painting (Pintura Orgánica). Oleo sobre lienzo, 200 cm x 275 cm.
Despedimos el verano viajando hasta Andalucía oriental al sur de España para encontrarnos con el pintor Thomas Neukirch (Aufsess, Alemania, 1961) en una antigua almazara abandonada.
El artista alemán, que reside en España desde hace 25 años, ha encontrado en este espacio silencioso y algo destartalado un lugar perfecto para pensar y pintar. Aquí, donde jamás hubiéramos imaginado encontrar a un artista —entre tractores, muelas de piedra y esteras de mimbre— descubrimos los “interiores” de Thomas Neukirch.
SciGlam: Una almazara abandonada no es un lugar muy obvio para encontrar a un pintor.
Thomas Neukirch: Sí, es verdad (risas). Pero, como puedes ver, tengo algunos cuadros muy grandes y tenía que encontrar un lugar más amplio que el que tengo en casa.
El dueño de la almazara es amigo mío; me ha prestado el espacio temporalmente a cambio de mantenerlo en buen estado. Para mí es un lugar perfecto; tiene techos altos y la luz no es mala.
Empecemos hablando de tus comienzos como pintor en Francia. Te formaste en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de Lyon y en la academia St Roch en París. ¿Cómo fue aquella época de tu vida? ¿Qué queda hoy en ti de todo aquello?
Mudarme de Alemania a Francia fue una etapa fundamental en mi vida. Francia representaba una manera de vivir más sensual que lo que tenía en Alemania.
Antes de eso vivía en Berlín, donde había empezado los estudios de Filosofía, pero eran los años 80 y había mucha tensión política. Berlín era una zona desmilitarizada y estaba el muro… Pasaba más tiempo en la calle (en las manifestaciones) que en la universidad. Y vivía en pisos ocupas —más de 3000 personas, en su mayoría estudiantes, habían ocupado y arreglado los pisos abandonados de la ciudad.
Mudarme de Alemania a Francia fue una etapa fundamental en mi vida. Francia representaba una manera de vivir más sensual que lo que tenía en Alemania.
No llegué a acabar los estudios de filosofía porque aprobé el examen de la Escuela Nacional de Artes de Lyon y me mudé a Francia. Pero solo me quedé dos años en la escuela de Lyon.
El academicismo del arte contemporáneo de la época estaba más enfocado a las ideas y a la investigación. Por ejemplo, [una de las obras era] unos vídeos y fotografías de una banda de papel kraft de 30 metros con anotaciones y dibujos sobre la historia del arte con el paisaje de Auvernia de fondo (región histórica y cultural de Francia conocida por sus manantiales de aguas termales). Todo bajo el argumento “tensión entre naturaleza y cultura”. Yo ya estaba un poco harto de este lado intelectual de búsqueda de la vanguardia. Quería aprender a pintar —un acto más sensual y espiritual.
Tras dos años allí, me dijeron que tenía que repetir el curso porque no había entendido lo que había que hacer. Había que investigar, no aprender a dibujar, el arte clásico para ellos era algo “cutre” (risas). Y según ellos, si no habías encontrado tu hueco en la investigación de arte plástica en ese tiempo, ya estabas perdido para el mundo del arte. 37 años después aquí estoy, ¡tenían bastante razón! (Risas).
Para aprender a pintar y disfrutar de la pintura empecé a ir a museos a copiar a los clásicos (Tiziano, Rembrandt, Delacroix…). Pero el profesor que me enseñó todo esto fue Bertholle, en París. (El pintor Jean Bertholle [Dijon 1909 – París 1996] fue profesor honorario de la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París y miembro de la llamada Nueva Escuela de París, un movimiento artístico e intelectual liderado por artistas que permanecieron en París durante la Segunda Guerra Mundial). Él mismo se había distanciado del mundo de la crítica de arte y se había salido de la Escuela de Bellas Artes porque no estaba de acuerdo con su política, también enfocada en la investigación intelectual y vanguardista.
A su escuela, St. Roch, [Bertholle] llevó todo su aprendizaje del fundamento de la composición y todas las perspectivas que uno puede tener con las materias, los temas y las distintas técnicas de la pintura.
Una vez independiente, hice exposiciones primero en una asociación y después en galerías. Por aquel entonces, emergió un movimiento artístico interesante alrededor de la Bastilla —una esperanza del reconocimiento de una línea más humanista y figurativa— y de ahí surgieron varias galerías. Precisamente en una de estas galerías fue donde expuse por primera vez con Frédérique (la escultora Frédérique Edy, esposa de Neukirch). Pero este movimiento no duró mucho y cerraron casi todas las galerías en poco tiempo.
Mi generación creó siempre en este ambiente de tensión que había entre el arte moderno y el arte contemporáneo. Era la época en la que el ensayista [Jean-Philippe] Domecq escribió ¿Artistas sin arte? (Artistes sans art?, 1994), criticando el arte conceptual. O cuando la socióloga y crítica de arte Nathalie Heinich escribió Los paradigmas del arte contemporáneo (Le paradigme de l’art contemporain, artículo publicado en Le Début, 1999), en el que afirmaba que el arte moderno y el arte contemporáneo son claramente paradigmas diferentes y que hay unos límites claros entre ellos.
Mi generación creó siempre en este ambiente de tensión que había entre el arte moderno y el arte contemporáneo.
Yo por aquella época estaba más considerado dentro el arte moderno, pero me salí de eso. Mi obra Black Box (Caja Negra), por ejemplo, muestra una obra más intelectual y explicativa en el exterior y una pintura pura en el interior. Haber reunido estos dos mundos me ha dado mucha satisfacción.
Ya que la mencionas, hablemos un poco más de la Black Box, esa estructura octogonal donde nos invitas a pasar a través de una puerta. Pisar una de tus pinturas al entrar en la Black Box te genera un sentimiento de vergüenza y culpa que te hace sentir vulnerable, ¿era tu intención inicial poner al espectador en ese estado de vulnerabilidad?
El centro de la Black Box es un espacio íntimo, que hay que guardar y proteger a cualquier precio y que cada uno debe defender. Me gusta que te haya generado esa sensación de vulnerabilidad porque significa sorpresa; te preguntas cosas y estás en un proceso de reflexión. La fragilidad hay que aceptarla, es parte de la intimidad. Lo que quería decir con este espacio es que hay que cuidarlo y protegerse del mundo exterior, que está lleno de tensión y de problemas y te quitan las ganas de vivir.
Por otro lado, también quería provocar un sentimiento de inmersión en un mundo diferente. Una de las cosas que más me han emocionado en la vida es estar en un espacio enteramente pintado, como en las Estancias de Rafael en el Vaticano.
En cualquier caso, esta es una obra que empecé hace 23 años, al poco de venir a vivir a España. Por aquel entonces ya hice una pequeña maqueta, pero he tenido que esperar unos años para acabarla, y es posible que siga evolucionando.
Una de las obras externas de la caja es Good life (Buena Vida), que habla de la filosofía del Punto 0. ¿En qué consiste?
Good life es mi filosofía personal; un triángulo formado por una perspectiva existencialista (el “Punto 0”), los diez sentidos sensoriales y los “cinco cerebros”. Estos tres elementos son la base del triángulo del bienestar, de la buena vida, una idea filosófica que ha estado ahí desde siempre, desde Epicuro, Spinoza…
La idea me vino después de una semana de ayuno. (Neukirch ha hecho cuatro ayunos, el más largo de 12 días). Después de tantos días sin comer —solo viviendo a base de agua— le di más importancia a mis tripas. Me empecé a sentir interesado por el flujo de energía entre lo que yo llamo los “cinco cerebros”; la relación entre las tripas, el estómago, el corazón y las distintas partes del cerebro superior. ¿Quién influye a quién? Me interesa el flujo de energía entre estos circuitos. Para mí, el arte de combinar estos circuitos —de dirigir este flujo— es el arte de vivir.
La otra base del triángulo está compuesta por los diez sentidos sensoriales. La ciencia habla sólo de nueve, que son los cinco sentidos clásicos, y otros cuatro (la temperatura, el equilibrio, el dolor, la propiocepción). Yo también incluyo el placer como décimo sentido. Para mí la buena vida es activar todos los sentidos al máximo.
Y, por último, en el otro lado del triángulo está el “Punto 0”, que es un ejercicio mental de evaluar los parámetros de la vida del 0 al 10. La idea del “Punto 0” me vino mientras tomaba una sopa de acelgas después de la semana de ayuno, porque me acercaba al “Punto 0”, la ausencia de comida que puede llevarte hasta la muerte. El placer de la sopa frente al “Punto 0” era tan fuerte que se me saltaban las lagrimas (risas).
Gran parte de los problemas que tenemos como sociedad en los países occidentales proceden de que nuestros sentidos se vuelven torpes porque siempre estamos saciados y no sabemos apreciar las cosas. Acercarnos mentalmente al “Punto 0” en los diferentes aspectos de nuestra vida nos ayuda a apreciar lo que tenemos porque nos situa en una escala de 0 a 10. Si pensamos en la falta de comida y de un techo como “Punto 0” dentro de la escala, nos damos cuenta de que tenemos mucho más bienestar que la mayoría de la humanidad. Posiblemente estemos situados en el valor 8-9 de la escala, y por lo tanto, debemos estar felices. En temas de confort, también estaríamos en un 8 o 9. Los países occidentales viven un nivel de confort jamás visto en la historia. Creo que si bajásemos a un nivel 5 (equivalente al estilo de vida de los años 60) podríamos salvar a la tierra del cambio climático.
Los neurocientíficos no hemos conseguido descifrar los secretos del cerebro humano y tú ya hablas de “cinco cerebros”.
Bueno, sí, cuando digo cerebros me refiero a los circuitos neuronales y a esos flujos de información establecidos entre nuestros órganos vitales, los flujos de información sensorial que representan la complejidad del ser humano.
¿Son los “cinco cerebros” exclusivos del ser humano?
Ah, esa es una buena pregunta. No he pensado en ello. Desde luego los animales tienen los “cerebros” más importantes: los intestinos y el corazón. Pero también los últimos tres: el cerebro reptiliano, el sistema límbico y el neocórtex (por lo menos los mamíferos, y las aves tienen algo equivalente…). ¡Venga, sí, los animales también tienen “cinco cerebros”, claro que sí!
Hablemos de tu obra más autobiográfica, los Thomangas. ¿Desde cuándo pintas estos fotogramas de tu vida en tinta china?
Empecé hace unos diez años, desde entonces los Thomangas me acompañan en mi día a día. Me ayudan a vincularme con mis emociones y con mi vida. El desayuno y los Thomangas me ayudan a poner en marcha mis “cinco cerebros” cada mañana (risas).
¿Entonces, los pintas siempre a primera hora del día?
Sí, casi siempre por la mañana. Me pongo en marcha con algo de deporte en la montaña y luego hago Thomangas. Después me voy al taller; me facilitan entrar en el taller, no puedo empezar directamente con un cuadro.
El tema de la muerte se ha hecho un hueco recientemente en esta obra más autobiográfica tuya, ¿te preocupa?
Sí, es distinto cuando mueren tus padres, porque es algo natural, a cuando mueren amigos. Recientemente se ha muerto uno de mis mejores amigos, y eso te concierne directamente a ti. Tú te puedes morir en cualquier momento como él, te da otra perspectiva del tiempo. Primero te preguntas: “¿por qué se ha muerto?” Y luego te haces las preguntas más metafísicas: “¿qué hay después?”
Pensar en la putrefacción te pone en el lado de un ser vivo, como la lechuga, que se pudre. Te devuelve a un estado de fragilidad que es brutal.
Me gusta pensar que nos unimos con el cosmos, pero los pasos intermedios no me gustan. La idea de la putrefacción me cuesta mucho, por eso prefiero la cremación, te haces parte de la naturaleza más rápido. Pensar en la putrefacción te pone en el lado de un ser vivo, como la lechuga, que se pudre. Te devuelve a un estado de fragilidad que es brutal. Te acostumbras poco a poco a vivir con esto, pero cuesta.
Dibujar la muerte ha sido una terapia personal. Concretamente, uno de los dibujos me ha ayudado mucho; una vez muertos volvemos a las plantas, a la tierra. También la he dibujado con unos ángeles—algo más relacionado con mi educación en la infancia— o con símbolos de conejos que experimentan ya la vida después de la muerte.
Si pudieras hacer una pregunta a un científico de cualquier campo, ¿cuál sería?
La ciencia hoy habla de nueve sentidos: cinco “tradicionales” (el gusto, el olfato, la visión, el oído y el tacto) y luego también la nocicepción (el dolor), la propiocepción, la termocepción y la equilibriocepción. ¿Por qué no incluye la ciencia el placer como décimo sentido?
Respuesta de Kent. C. Berridge, profesor de psicología y neurociencias en la Universidad de Michigan.