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Este artículo es una traducción de la entrevista original
Desde comienzos de los años 80, el barrio de Mile End, en Montreal, ha visto sus calles transformadas por un soplo de cultura y buen gusto. Aquí, los escritores, artistas, músicos y cineastas locales conviven con los curiosos que visitan las galerías de arte, bibliotecas y cafeterías de la zona.
S.W. Welch Books, una librería de segunda mano situada en el número 225 de la Rue Saint-Viateur, es uno de esos espacios culturales icónicos que abrió allá por 1980. Sus paredes han presenciado décadas de conversaciones improvisadas sobre literatura, cultura, o sobre la vida en general. Ahora, debido a una gentrificación asfixiante en el área —y a una subida del alquiler desmesurada— la vida de esta librería independiente parece haber llegado a su fin.
Su dueño, Stephen Welch, planea jubilarse el año que viene tras un periodo de gracia negociado con el propietario del local pero, para aquellos que disfrutan charlando con él en la librería, tenemos buenas noticias. Cabe la posibilidad de que Welch no desaparezca para siempre.
SciGlam: Después de casi cuatro décadas al frente de esta librería, sigues afirmando que “tienes la mejor profesión del mundo“. ¿Qué te satisface tanto de este trabajo?
Stephen Welch: Bueno, es un trabajo creativo… y no hay nadie diciéndome lo que tengo que hacer. Por otro lado, es una manera de sacar dinero de la nada; saber lo que tengo que comprar, qué precio poner y cómo venderlo (o a quién le puede interesar)… es un proceso puramente intelectual.
Además me encantan los libros, así que disfruto mucho comprándolos. Cuando compro un puñado de libros son todos míos y puedo darles un repaso y quedarme con los que más me interesan. ¡Es genial!
Una vez me llamaron para ir a un chalet en el norte y encontré un montón de libros en el sótano… ¡eran todos primeras ediciones de Charles Dickens!
¿De dónde sacas todos estos libros? ¿Cómo llegan aquí?
Antes solía ir a las casas de la gente cuando se estaban mudando, pero ya estoy mayor —no estoy tan activo. Ahora es la gente la que me trae sus libros cuando se mudan o hacen limpieza en casa.
También trabajo con book pickers (recolectores de libros) que los buscan en ciertas librerías que ellos conocen y me los traen aquí. Cuando era joven iba a todas las rebajas de libros o a cualquier sitio donde pudiera encontrarlos, como The Salvation Army. Pero ya hace tiempo que lo dejo en manos de los book pickers, pago un poco más por ellos, pero espero que por lo menos les dé para vivir.
Cuando abrí esta librería no existía nada como Renaissance (organización sin ánimo de lucro que opera en la provincia de Quebec desde 1994). Renaissance vende libros donados por librerías que los llevan ahí cuando no los han conseguido vender, pero antes no era tan fácil encontrar libros de segunda mano. Cuando era muy joven, ni siquiera había ventas callejeras, lo que hacíamos era ir a rastrillos que se hacían en los sótanos de las iglesias.
¿Por qué te dedicaste a la venta de libros?
La cosa empezó cuando estaba yendo a la escuela de artes en Halifax y abrieron una tienda de libros en la zona. Tenía un amigo con el que solía ir a comprar libros y un día me dijo: “Steve, deberías ser librero, ¡tienes buen ojo!” (Lo cual es importante). Y es verdad que tengo buen ojo para distinguir un buen libro de un mal libro. Obviamente, con la experiencia acabas por saber si tienes entre manos una buena edición de un libro y ese tipo de cosas (me refiero en términos de libros de coleccionismo).
Recuerdo cuando fui a mi primera feria de libros antiguos —con todos aquellos vendedores de libros expertos, que sabían mucho más que yo. Había un librero anticuario con una caseta atestada de libreros que no paraban de comprarle —y no precisamente por 1 dólar, sabes— así que le pregunté a otro compañero: “¿Cómo es posible que tenga tantos libros buenos?” A lo que me respondió: “No es que tenga libros buenos, es que tiene libros que no hemos visto nunca antes, en categorías que conocemos bien. No son libros corrientes.”
Ahí está la cosa, cuando ves un libro y dices: “hmm”. Ese tipo de libros no tienen precio.
¿Cuáles son los libros más interesantes que te han llegado? Te has topado con alguna primera edición de un libro clásico?
Sí, claro, ¡todo el tiempo! Esa es de alguna manera la gracia de esto…
Una vez me llamaron para ir a un chalet en el norte y encontré un montón de libros en el sótano… ¡eran todos primeras ediciones de Charles Dickens!
¡Guau! ¿Y qué hiciste con ellos?
Los compré.
¿Te los quedaste para ti?
No, los vendí; no me quedo con muchos libros. Compré todas las primeras ediciones; no pagué mucho por ellos, pero los tenía y podía ganar dinero con ellos si sabía lo que tenía. Así que en realidad lo más valioso de aquella operación fue toda la investigación que hice sobre las primeras ediciones de Dickens.
En otra ocasión, compré una pequeña (pero magnífica) colección de libros con un encuadernado precioso. Eran unos libros realmente buenos —encuadernados por los mejores encuadernadores del mundo— y eran la cosa más bonita que has visto en tu vida. Así que ahora, cuando veo la encuadernación de los libros, sé perfectamente cuál es el nivel.
Para un librero (o al menos para mí) todo se trata de esto. Y no hay ningún sitio donde puedas ir a estudiar algo así.
¿Cuáles fueron los libros que más te marcaron en tu juventud?
Solía leer a Dickens cuando tenía unos diez u once años porque mi abuela me mandaba uno de sus libros en cada cumpleaños. Los disfruté todos (o casi todos), pero un día en una librería encontré A Princess of Mars, un libro de Edgar Rice Burroughs (autor de ciencia ficción), y ese fue el final de Dickens; empecé a leer ciencia ficción —aún leo ciencia ficción— pero soy una persona curiosa, así que leo todo tipo de libros curiosos.
Sabes, hay dos categorías de libros: los libros que leemos para recordar y los libros que leemos para olvidar. Cuando te sumerges en el mundo del libro, en la mente del autor, te olvidas de tus preocupaciones y de quién eres. Yo leo muchos libros de esos, libros de detectives, ciencia ficción, o fantasía…
Cuando tenía doce o trece años leí El Señor de los Anillos. Nuestra iglesia tenía una biblioteca y podías sacar libros. Leí unas tres cuartas partes del primer tomo, pero lo encontré algo aburrido y lo dejé. Estuvo en mi cuarto durante meses y cuando llegó el periodo de exámenes, como no me apetecía estudiar, lo retomé. Leí La Comunidad del Anillo, ¡y me encantó! Entonces me di cuanta de que había dos tomo más. Recuerdo coger la bicicleta y pedalear por todas las librerías del barrio hasta encontrar los dos libros que me faltaban… ¡los devoré! Creo que leí esos libros ocho o nueve veces aquel año.
Cuando te sumerges en el mundo del libro, en la mente del autor, te olvidas de tus preocupaciones y de quién eres.
¿Siguen los libreros de la era tecnológica ayudando a los lectores a descubrir nuevos autores?
Me considero una persona muy dedicada, pero me resulta difícil recomendar libros a alguien; considero que es algo muy personal. Si la gente piensa en mi librería como “un lugar donde encontrar una copia de un libro determinado”, van mal. Aquí lo que intento es tener una colección de libros selecta, con pequeños tesoros por todas partes; libros que probablemente no sabías que existían. Cuando compro los libros digo: “¡Guau! ¿Qué es esto?” Y eso, para mí, es el mayor placer de esto; encontrar algo que desconocías o que nunca habías leído antes.
Han sido cuarenta años de comprar y vender libros, de saber lo que es bueno y lo que no, de estudiar sus autores y de traerlos y presentarlos aquí. La mayoría de mis clientes lo saben, por eso siguen viniendo aquí en persona. Online es difícil buscar, desgraciadamente, se dedica mucho dinero al diseño del libro (incluso en comparación al dinero que se le paga al autor por escribirlo). Por eso muchos libros se venden solo por su aspecto. Los libros con una portada atractiva se venden muy deprisa. Si vas a Renaissance —donde todos los libros vienen de donaciones— tienen lo que llamo “libros cortados por el mismo patrón”.
Planeas retirarte el próximo año. ¿Qué vas a hacer? ¿Qué pasará con todos estos libros?
Esa es una buena pregunta: no lo sé; en cierto modo me asusta. Por los libros no es problema, el problema es que yo disfruto esto. Cuando estoy comprando o vendiendo libros, me gusta hablar con la gente: “¿por qué vendes los libros?, ¿dónde te mudas?” Es una actividad muy social la que tengo ahora —y esto no es lo que me espera; estaré sentado junto a mi mujer en casa.
[Lo bueno es que] puede que alguien me compre el negocio, manteniendo el nombre (lo que es buena idea), y me quede como asesor voluntario. ¡Eso sería genial! [A esta persona] le dije: “Vale, tú ponme una silla bien grande y yo voy y te compro libros (o me duermo si me apetece)”. De esta forma mis amigos pueden seguir viniendo a hablar conmigo cuando quieran —sería como ir al parque a pasar el rato charlando— pero veremos en qué queda la cosa…
Mi mujer tiene el mismo problema, también se retira a finales de junio y no sabe qué va a hacer después. Ella es de esas personas que siempre tienen que estar haciendo algo —yo no tengo esa necesidad.
Tenemos una casa junto al mar en Nuevo Brunswick que heredé de mis abuelos. Es una casa desde la que miras al exterior y puedes ver todo el cielo; te puedes hacer una idea de cómo va a ser el día, es un estilo de vida más humano. Ahora mismo hay mucha actividad solar y sé que hay auroras boreales por allí en alguna parte. Es difícil encontrar un lugar para ver las auroras aquí en la ciudad, pero Nuevo Brunswick es perfecto para eso.
Ahora podríamos pasar allí más tiempo de lo que normalmente vamos, pero, desgraciadamente, ya ni me puedo subir a mi barco. ¡Eso sí es un problema! Cuando piensas en tu vida, piensas: “cuando me retire haré esto y esto otro…” pero entonces te haces viejo, te deterioras y enfermas. No tenemos en cuenta las restricciones físicas que le llegan con la edad a todo el mundo.
¡Auroras! Daría lo que fuese por verlas alguna vez en mi vida.
Yo las he visto, ¡son geniales! Cuando era joven, antes que nada, estuve en el Ártico durante tres meses. Trabajé en un barco; era fotógrafo por aquel entonces —se suponía que iba a hacer fotos— pero nunca aceptaron que ser fotógrafo era un trabajo real, así que me tocó cargar barcazas y conducir remolcadoras… Llegamos a Grise Fiord, en la isla de Ellesmere, el asentamiento inuit más al norte que existe (es un asentamiento que se les impuso a los Inuits, ellos no querían vivir ahí). Fue una verdadera aventura; nos quedamos atrapados once días en el hielo con el barco… podría seguir y seguir [con la historia], ¡fue fantástico!
Si pudieras hacer una pregunta a un científico de cualquier campo, ¿cuál sería?
¿Los científicos creen en Dios?
Respuesta del biólogo y autor de éxito Jerry Coyne, profesor emérito del Departamento de Ecología y Evolución de la Universidad de Chicago.