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Actriz, escritora de fanzines, podcaster, amante del skateboarding, DJ y vocalista de los grupos indie Clovis, Los Eterno y su proyecto en solitario Daga Voladora. Cristina Plaza (Madrid, España, 1975) se ha convertido en un icono de la contracultura madrileña actual.
Hablamos con ella de divas del pop, uñas postizas, aldeas boreales, arañas patilargas y pandemias. No nos dejamos nada en el tintero…
SciGlam: Actriz de formación, cantante (y compositora) indie de profesión… ¿exigencias del guion?
Cristina Plaza: Del guion de la vida, sí. Desde pequeña he querido ser actriz—lo sigo queriendo—pero también es cierto que la música siempre ha sido una parte fundamental de mi vida. En el colegio ya hacía canciones, me encantaban los musicales… Mi profe de música siempre les daba la tabarra a mis padres para que me apuntaran al Conservatorio, pero supongo que entonces me tiraba más la farándula. Conocí a Fino Oyonarte al poco tiempo de empezar Arte Dramático, así que los dos mundos digamos que corrían paralelos. Y luego un día, como a los 3 años de estar saliendo, hicimos una canción juntos, luego la grabamos, una cosa llevó a la otra, y poco a poco mi atención se fue centrando en hacer canciones.
Tras disolverse Clovis, empiezas un proyecto más personal, Gran Aparato Eléctrico, con el que publicas 2 álbumes: “Rayos, truenos y relámpagos” (2010) y “Espejo, espejito” (2012). ¿En qué consiste este nuevo proyecto?
Digamos que, en un grupo, por mucho que tengas en común y por muy bien que te lleves, tienes que estar cediendo todo el rato. Y yo necesitaba hacer algo con lo que identificarme al 100%. Ser la única responsable de las palabras o los sonidos que quería usar. También como una forma de demostrarme a mí misma que era capaz de grabar un disco yo sola. Al final también es una trampa, porque muchas veces te sientes perdida o agotada y echas de menos la energía de otras personas para que se equilibre la balanza. Pero lo cierto es que después de sacar el segundo disco de Clovis me fui desencantando, sobre todo por los conciertos, sufría mucho. No sé, me puse a hacer canciones a mi aire, sin más exigencia que la de que me gustaran a mí y con la libertad creativa que te da el no tener ninguna obligación de tocarlas en directo después. Al principio me lo tomé como unas vacaciones, porque tampoco es que dijéramos “se acabó Clovis”. Más que disolvernos conscientemente, nos fuimos dispersando.
En un grupo, por mucho que tengas en común y por muy bien que te lleves, tienes que estar cediendo todo el rato.
Según la selección que el blog de música y cine Hipersónica hizo para RYM, “Espejo, espejito” merece el puesto 9 de los mejores discos españoles de la última década. ¡Quedaste por encima de bandas consagradas como Los Planetas o autoras de gran repercusión internacional como Rosalía, que se queda en el puesto 20! ¿Por qué no está tu foto en todos sitios, no se te dan bien las uñas postizas?
(Risas). ¡Se me dan fatal! (De hecho, odio todo lo que tiene que ver con las uñas; me dan muchísima grima, hasta para cortármelas lo paso fatal). Pero bueno, todas sabemos que Rosalía es una artista con un talento descomunal y, sobre todo, con una determinación de la que yo aun carezco. Quiero decir: para que tu foto esté en todos los sitios, lo principal es que tú quieras que esté. En ciertos aspectos mi actitud es la contraria a la que se supone que un artista debe tener; me cuesta dar conciertos, no dedico el tiempo necesario a aprender a cantar, tocar o producir mejor; lo que grabo a menudo está lejos de ser accesible para la mayor parte de la gente… O a lo mejor no es que yo no quiera ser más accesible, sino que no sé cómo hacerlo sin tener que renunciar a cosas que están muy arraigadas en mí. En cuanto a esa lista de Hipersónica, pues es una locura que “Espejo, espejito” aparezca ahí y al mismo tiempo me encanta y me parece fenomenal. Hace poco volví a escucharlo y pensé: “pues no está nada mal, oye”.
¿Por qué cambia Gran Aparato Eléctrico a Daga Voladora?
Porque soy idiota y no había registrado el nombre, entonces después del segundo disco aparecieron unos listos y lo registraron y me dijeron que tenía que dejar de usarlo. Así que al pensar en un nuevo nombre me vino a la cabeza “daga voladora”, que supongo que era lo que me hubiera gustado lanzarles de haberles tenido enfrente. Recuerdo que pensé aprovechar el cambio de nombre para introducir algunos cambios en el sonido, intentar hacer algo más rítmico y menos etéreo, pero no estoy segura de que lo lograra.
El último álbum de Daga Voladora, “Primer Segundo” (2016), lo grabaste íntegramente en una pequeña aldea de Suecia, ¿qué te llevó tan lejos?
Creo que fue la necesidad de estar aislada, o al menos en un entorno que me permitiera concentrarme en mis cosas. Vivo en el centro de Madrid, no tengo un estudio ni un cuarto propio, ni siquiera hay puertas en esta casa. Las distracciones son constantes y a menudo me encuentro totalmente bloqueada. Tengo la suerte de que mi hermana, que vive en un sitio tranquilo, me invitase a visitarla, con la particularidad de que ese sitio está a 6000 km. Una vez allí, la naturaleza, el clima, el silencio… resultaron ser muy beneficiosos para mí y el lugar en sí mismo se convirtió también en una fuente de inspiración.
¿Cómo fue el proceso de producción? Ha sido una grabación de bajo presupuesto y lo has hecho tú todo, ¿no?
Sí, me llevé un guitalele (una guitarra del tamaño de un ukelele) y un ordenador portátil. Hasta entonces solo había grabado de forma analógica, en un 4-pistas, y no tenía ni idea de grabar en Logic, pero bueno… al final, de forma intuitiva, te vas apañando. Soy una persona muy poco tecnológica, me da mucha pereza y cometo un montón de aberraciones. Por ejemplo; grabé todo con el micro del portátil, ¡pero es que tampoco tenía otra manera de hacerlo! A veces me iba a pasear, me metía en el bosque y grababa allí con el móvil algunos sonidos y después los pasaba al ordenador. Eso sí que me resulta divertido, trastear con los parámetros y transformar un sonido; ahí es que me puedo tirar horas. Pero ¿en leerme las instrucciones de un cacharro? No gasto ni medio minuto.
La canción “Club de Salvamento” cuenta el rescate de la Araña Patilarga, ¿fue un rescate real?
Totalmente real, y fueron varios rescates. A ver, estaba en una casa de troncos en mitad del campo; obviamente había insectos y raro el día que no aparecía alguno. Una tarde, estaba en la cocina con más gente y veo una araña paseando por la pared. Tranquilamente la cojo, abro una ventana y la lanzo fuera. Todos se quedaron mirándome, y en seguida confesaron que hacían exactamente lo mismo. Me hizo mucha gracia pensar eso, que podríamos formar un club. Me puse a improvisar un hipotético himno para ese club, y así salió la canción. Fue la primera que hice allí, la que rompió el hielo creativo (o algo así). A veces pienso que me equivoqué poniéndola al comienzo del disco, pero era una forma de decir “así comenzó todo lo que vais a oír a continuación”.
En el norte de Europa hay esa superstición de que, si matas uno de estos arácnidos, habrá una mala cosecha ese año, ¡y en el sur nos falta tiempo para sacar la zapatilla! ¿Hubo buena cosecha ese año en la aldea gracias al club de salvamento?
(Risas). Ay, no lo sé. ¡Tampoco sabía de esta superstición! En cualquier caso, siempre que puedo, intento sacar los bichos de las casas antes que espachurrarlos. Salvo si son cucarachas, que entonces la que abandona la casa soy yo.
Además de grabar un disco, ¿qué otras cosas se hacen en una aldea boreal?
Pues no creas que mucho más (risas). Pasear, contemplar lagos y ciervos y puestas de sol, ir a la sauna o a un concurso de lanzamiento de hachas, o a un baile a escuchar un grupo de 14 violinistas septuagenarios, ver una aurora boreal (la “estela verde” que menciono en “Amigo invisible”), comer rollitos de canela, leer y leer junto a una estufa… cosas así.
La posibilidad de hacer canciones y que las canten otros me parece guay. Tiene algo que ver con la creación de un personaje, se parece a ser actriz.
Tu último trabajo, Vivero Sopor, salió en marzo de 2020, en pleno confinamiento (que además en España fue especialmente estricto debido a la gravedad de la primera ola de COVID-19). “Cuando Menos Te Lo Esperes” se podría considerar un canto a la esperanza post pandemia si no fuese porque, en realidad, esta canción la compusiste ¡en 2017! ¡Confiesa, alguien te dio un chivatazo!
(Risas). Qué va. Fue una canción que hice a raíz de que Luz Casal grabase “Quise olvidarte”, una canción que yo había compuesto y que ella incluyó en su disco “Que corra el aire”. Tenía algunas ideas que iban en esa línea, canciones que no me veo cantando yo, por pudor, o porque me siento más cómoda quizá en terrenos más oscuros. La posibilidad de hacer canciones y que las canten otros, me parece guay. Tiene algo que ver con la creación de un personaje, se parece a ser actriz. El caso es que no encontré quien quisiera cantar “Cuando menos te lo esperes” y acabé grabándola yo. Entonces llegó el confinamiento y para distraerme de las noticias, me puse a mezclarla, la junté con una instrumental que hice en esos días y la subí a Bandcamp… sigo pensando que una cantante con más garra que yo le hubiera sacado más partido, pero bueno. En diciembre tengo un concierto; a lo mejor me atrevo a cantarla para ver qué cara pone la gente.
Si pudieras hacer una pregunta a un científico de cualquier campo, ¿cuál sería?
Yo tengo vitíligo y siempre oigo decir que es una enfermedad autoinmune pero no llego a comprender del todo lo que significa esa palabra o en qué consiste.
Respuesta de la científica biomolecular Erica Katz, especialista en procesos autoinmunes en vitíligo de la Escuela de Medicina Chan, en la Universidad de Massachusetts.