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Hace cuatro años, la bióloga molecular Meme Pacheco (Málaga, España, 1980) dejó su trabajo en los laboratorios del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid y se mudó a Soria, una pequeña ciudad junto al río Duero. Acababa de aceptar la dirección del Departamento de Calidad de Aleia Roses, un sofisticado invernadero de 14 hectáreas dedicado a la producción de rosas Red Naomi.
La Red Naomi, llamada así en honor a la supermodelo británica Naomi Campbell, fue introducida en el mercado en 2006 y se considera actualmente la rosa roja más bella del mundo.
SciGlam: Pasar del ámbito académico a la empresa es una decisión que a la mayoría de los científicos les cuesta tomar. ¿Fue difícil para ti dar ese paso?
Meme Pacheco: Sí, fue difícil porque a mí la ciencia me encantaba y disfrutaba mucho mi trabajo. Pero la situación económica en la investigación pública era complicada y vi que tarde o temprano me iba a quedar sin opciones de seguir trabajando.
Por aquel entonces tenía 34 o 35 años y tuve bastantes entrevistas y ofertas de trabajo en empresa privada. Era un perfil que por edad y experiencia aún encajaba. Aunque siendo mujer con treinta y pico años, con frecuencia me preguntaban: “¿pero tú quieres ser madre?, ¿pero tú…?”
Mudarme a Soria era una de las opciones que tenía. Al principio me lo tomé un poco a broma. A mí me encantaba Madrid y pensaba: “¿Qué hago yo en Soria, trabajando en un invernadero?” La entrevista con Aleia Roses fue bien, pero les dije que yo no era la persona que buscaban. No tenía experiencia en control de calidad y no sabía nada de invernaderos o agronomía. Pero ellos insistieron en que había algo en mi forma de ser que era lo que estaban buscando. Me llamaron varias veces y al final me vine a Soria.
¿Cuál es tu rol en la empresa?
Pues me llamaron para montar el departamento de control de calidad. La empresa empezó en septiembre de 2016 y yo llegué en enero de 2017, así que no había habido tiempo para mucho. Contábamos con el apoyo de productores holandeses expertos —con conocimientos técnicos de agronomía— pero también nos hablaban de “feeling” y la experiencia del “green finger“. El equipo de técnicos españoles era más joven y tenía una mentalidad más analítica. Nosotros queríamos hablar de números, de datos, de electroconductividad, pH, temperatura… Era como una Torre de Babel. La diversidad está muy bien, pero al principio cuesta transformar algunos choques generacionales en algo productivo.
Yo me formé un poco por mi cuenta en temas de calidad. Empecé con dos becarias y acabamos siendo siete personas en el departamento. Luego por una serie de circunstancias la empresa entró en un concurso de acreedores por quiebra. Parte de los técnicos se fueron (y también algunos directivos). De repente tuvimos que repartir las funciones entre los que estábamos. Y así fue como una de mis primeras becarias pasó a estar al frente del departamento de calidad —era realmente buena y estaba más que capacitada para llevar sola el departamento— y yo acabé encargándome de la gestión energética.
Imagínate, pasé de no entender la factura de la luz de mi casa a encargarme de la gestión energética de un invernadero de 14 hectáreas (risas). Esta es una de las ventajas que te da un doctorado, eres capaz de estudiar mucho ¡y muy rápido! Tu mente está preparada para aprender cosas nuevas todo el rato. Teníamos un consultor y junto con otro compañero holandés conseguimos hacer un poco más eficientes los consumos. Fue una buena experiencia.
Pasé de no entender la factura de la luz de mi casa a encargarme de la gestión energética de un invernadero de 14 hectáreas.
¿Entonces, crees que tu experiencia como científica te ha facilitado las cosas?
Sí, eso es una cosa que se incorpora como valor añadido a la empresa. Mi anterior jefe me decía: “Meme, no te puedes deleitar en el conocimiento porque esto no es la academia, esto es el mundo real, hay que tomar decisiones rápido y nos cuestan dinero”. Es un poco la discusión actual en muchas empresas, la toma de decisiones basadas en datos… ¿no? Pero sí que es verdad que hacer una tesis doctoral es un ejercicio de entrenamiento mental que te deja un esquema grabado para siempre: yo no me creo nada que no haya comprobado, y eso te ahorra muchos errores.
Siempre tiraba mucho de un libro que me encanta Pensar rápido, pensar despacio, del psicólogo y premio Nobel de economía Daniel Kahneman, sobre los engaños y sesgos mentales. Esto en ciencia a mí me pasaba mucho al principio. Tenía tres evidencias y enseguida quería montarme una película de cómo era la realidad. Los neurocientíficos dicen que nuestra mente es una máquina de crear coherencia. Necesitamos tener una historia que sea coherente, luego ya rellenaré los huecos. Como científico, que ya te has tropezado mucho en este sentido, sabes que las evidencias son las evidencias y toda la película que va detrás probablemente sea mentira, en la mayoría de los casos. Con esto he insistido mucho en mi empresa.
Creo que el esquema mental de alquien que ha trabajado en ciencia no se usa mucho en España.
Una vez, por ejemplo, los holandeses propusieron un cambio de estrategia en el invernadero que nos iba a costar unos 700.000 euros al año. Decidimos que antes de hacerlo estudiaríamos el efecto. Así que otro compañero y yo hicimos unos muestreos y unos análisis estadísticos y al final demostramos que ese cambio no aportaba ninguna mejora. El cambio finalmente no se hizo y ahorramos bastante dinero. Creo que este esquema mental de alguien que ha trabajado en ciencia no se usa mucho en España. Esa es la parte de ciencia que yo me he llevado a la empresa —y que me han dejado hacer— y en ese sentido estoy agradecida.
Supongo que se eligió España para este gran invernadero por sus horas de sol. Pero España tiene un clima semiárido y el agua es un recurso limitado. ¿Cómo hacéis para minimizar el impacto ambiental?
Este invernadero es muy chulo, es realmente impresionante. Lo montó una empresa holandesa, pero el diseño y la dirección eran de un almeriense. Era un tío muy inteligente, vivía en México y lo llamaron para este proyecto. Es un invernadero de cultivo hidropónico con unas canaletas donde están las plantas y con riego por goteo automático. Todo está automatizado y controlado por sensores. Las canaletas tienen una inclinación y el agua sobrante va a unos fosos de drenaje y de ahí a unos silos. Luego, toda el agua pasa por un sistema de desinfección con luz UV antes de volver de nuevo al sistema de riego. Así reutilizas el agua todo el rato. Igual ocurre con el CO2, lo obtenemos de la combustión del gas natural de las calderas, se purifica y se mete en el invernadero para dárselo a las plantas. Conviertes un desecho en el alimento para las plantas. ¡Es muy guay!
Cuéntame un poco más sobre el proceso de producción. ¿Cuál es el secreto de la perfección de las flores de floristería?
Las Red Naomi, como otras variedades, son flores que compras a un breeder o mejorador que ya ha desarrollado una variedad genética que funciona de una determinada manera. Nosotros lo que hacemos en el invernadero es ponerle las condiciones climáticas y el riego que sabes que van a funcionar bien. Todo está automatizado. Utilizamos un software que controla todo, empezando por la cantidad de nutrientes que aportas al riego.
Tienes una receta y vas analizando el agua que se va drenando. El laboratorio te mide los fertilizantes que la planta no ha cogido y así vas ajustando la receta. También las concentraciones de CO2 las vas ajustando a las necesidades del cultivo. Y ajustamos perfectamente los niveles de radiación y temperatura. Usamos unas pantallas de sombreo cuando hay exceso de radiación y sistemas de iluminación artificial para aportar los flujos de fotones necesarios cuando la radiación externa no es suficiente. Así se va haciendo una puesta a punto y vas ajustando los márgenes para que la flor crezca siempre dentro de tus criterios óptimos de calidad. Claro que estos criterios de calidad son arbitrarios, la calidad es algo subjetivo. En nuestro caso, la calidad viene marcada por unos estándares que establece el mercado de las flores de Holanda, en concreto una cooperativa a la que le vendíamos la mayoría de nuestras rosas.
Teníamos una máquina clasificadora con un sistema de inteligencia artificial para separar las flores. Pasaban unas 120.000 flores por la máquina al día.
Hay parámetros que son puramente estéticos, y que se hacían con una clasificación visual. El control de calidad se hace en la zona de empaquetado. Los operarios analizaban manualmente unas 20.000 flores a la semana, el 1-2 % de la producción. Con estos datos dábamos un reporte a los productores holandeses que así tenían un feedback para hacer los ajustes necesarios en el software del cultivo. Pero también teníamos una máquina clasificadora con un sistema de inteligencia artificial para separar las flores. Pasaban unas 120.000 flores por la maquina al día. Eso ya era big data, y ahí podías hacer análisis muy chulos, te daba unos parámetros objetivos: tamaño de la cabeza, anchura de la flor en la base, el tallo, etc.
Pero con lo que más he flipado es con el control biológico. Nosotros hemos usado muy pocos químicos. Había un técnico muy joven que implementó una metodología de trabajo muy profesional. ¡Eso sí que era ciencia! Usábamos enemigos naturales, unos ácaros que se comen a la araña roja, unas avispitas que parasitan a la mosca blanca… Esa población ecológica mantenía bajo control a todas las plagas que teníamos en el invernadero.
¿Producís otras variedades de rosas que no sean Red Naomi?
Hemos tenido variedades de prueba del mismo breeder y de otros breeders mejoradores que nos han dejado para ir probando, pero no para vender al mercado.
¿Qué hace a la Red Naomi tan especial?
Es una rosa muy bonita. Hay otras rosas muy bonitas, pero esta tiene la textura del pétalo aterciopelada, !preciosa!, con muchos pétalos que se van abriendo. Da una sensación de naturaleza; la compras cerrada y se va abriendo de una forma muy especial según va madurando, hasta que muere. Hay vida en estas flores, la ves desarrollarse en tu casa durante 14 o 20 días. Otras variedades de rosa roja parecen de plástico, desde que las compras hasta que mueren están igual. No ves cambios. Esas aguantan mejor el transporte, los daños mecánicos…, la Red Naomi es más delicada, pero es más bonita
¿Cuántas unidades podéis llegar a vender por San Valentín? ¿Observáis un incremento claro en las ventas?
Sí, nosotros tenemos estacionalidad en venta y, sí, nuestro periodo de venta más fuerte es San Valentín, cuando más se factura. También el día de la madre… En San Valentín se fuerza el cultivo, jugamos con el tema climático para producir más flores, porque el precio puede subir al doble o al triple. Llevábamos las flores a FloraHolland, una subasta donde se puja por las flores cada día, así que la facturación varía. Nuestro producto se vende principalmente en el norte de Europa. Consumen muchas flores, pero en verano la gente está de vacaciones, en la playa, y no compran tantas rosas. En cambio, en San Valentín la facturación puede ser el doble, el triple o más.
En San Valentín se fuerza el cultivo, jugamos con el tema climático para producir más flores, porque el precio puede subir al doble o al triple.
Además del amor, las rosas rojas parecen tener un importante simbolismo en la literatura y en la industria del celuloide. ¿Qué significan para ti?
Para mi tienen una historia muy curiosa. Un par de años antes de venir a Soria me leí El monje que vendió su Ferrari, un poco de autoayuda para entrar en calma (risas). Sentía que la vida iba muy loca.
Me lo recomendó un amigo filósofo que leía literatura muy elevada, no entendía cómo se había leído un libro de autoayuda, pero si a él le había gustado me lo tenía que leer, claro. El libro no me gustó mucho, pero había un ejercicio de relajación que consistía en coger una rosa y observarla durante unos 15 minutos. “La técnica del corazón de la rosa” se llamaba. Era un ejercicio para fijar tu atención en un punto. Una flor es algo muy bonito y es fácil que te quedes mirándola. Te decían que observases los pétalos, la textura… Durante un año compré una rosa todas las semanas. Cuando me llamaron del invernadero de rosas para trabajar en control de calidad, donde teníamos que estar mirando rosas todo el rato, pensé: ¡el karma! (risas).
Volviendo a las rosas de película, en V de Vendetta las rosas eran de la variedad Violet Carson (Irlanda del norte, 1964) o Scarlet Carson (como las llamaban en la película), también hay una variedad llamada American Beauty (Francia, 1875). ¿Es la Red Naomi protagonista de alguna película?
En películas creo que no sale, pero ya que hablamos de cine… Al principio, cuando empezó la empresa, quisieron promocionar esta flor e hicieron un photocall para los Goya precioso, para los actores.
¿Cuál es la parte que más disfrutas de tu trabajo?
Hay una cosa que disfrutaba mucho, pasearme por los pasillos del invernadero con las flores, verlas es un deleite, es muy impresionante entrar y estar ahí con tanta flor, todo tan bonito… A veces hacía labores de cultivo solo para poder relajarme un ratito entre las rosas. La parte creativa de investigación para la mejora continua también me gusta mucho.
Este año el invernadero ha puesto fin a la producción de rosas. ¿Cuál es el nuevo paso en tu carrera?
Pues ahora mismo estamos en pleno cambio, sí. Vamos a empezar con un nuevo cultivo, aunque aún es pronto para dar detalles. Yo he vuelto al departamento de calidad, así que ya estoy estudiando otra vez toda la normativa y toda la parte técnica del nuevo cultivo. ¡Contenta de tener el cerebro siempre en activo!